Nada la hiere tanto como el exceso
de preguntas, porque preguntar es
acercarse, humillarse ante el núcleo coagulado.
Un llanto persistente lacera sus pómulos, pero no lo
detiene: permite que la capilla abierta de su infancia se ilumine
con luces de árbol. Futuro blanco y gris
del aliso, hipnosis del cedro, como cuando
un olor excesivo a néctar peina
su aliento. Llueve y llueve,
como si creciera en él la repentina necesidad de pacer
en la memoria de ella, con la cabeza descubierta en el muelle
en el que fumaba, soñadoramente, un cigarrillo y la guiaba,
a ella y al caparazón satinado de su quietud, hacia
la misma blancura que coronaba la lluvia, hinchada
y gradual. Qué lúcida es,
borrosa y sin filo, como escuchar,
para estar más despierta, la música con que lo rodeaba
para fascinar lo que hermosamente
había iniciado. Todo pájaro, pero sin recuerdos, piensa
ella, y vive en su pajaridad, no grávida,
sino extrañamente ligera, y quiere levantarse al alba,
cuando la nieve envuelve en su niebla a las montañas, y el mundo
duerme como si fuese
el mundo entero, y como si, por ello, pudiera verse
desde el principio, recién
entregado, como el sueño mismo, como la pálida fertilidad del sueño
al recordar ella su último descanso,
en el que se sumió, y se sume todavía, lenta y blanca,
preguntando hasta lo hondo, honda con su oscuro abajo.
T. G.
Fotos: sa'ha whe Modelo: CAROLINA ATUESTA Poesía: TESS GALLAGHER